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Primero son las pasiones, la retórica de la vida, la persuasión que logramos en el otro movilizada desde el cuerpo, la mirada, la voz, la presencia rotunda de quien exhibe un lenguaje regalado al otro en la forma del deseo, el odio, la languidez, el entusiasmo. Se tiene en la persuasión la valoración máxima de la comunicación, al punto de que no está productivamente en el mundo quien no consigue comunicar; el intercambio humano se ciñe a esta exigencia sin precisar lenguajes, porque procede de la totalidad del individuo su determinación de comunicar, provocar y seducir. Y la persuasión será, como afirman Vargas y Cárdenas que ha afirmado Carlo Michelstaedter, “la fuente de la retórica y no su fin”1 . Un retorno favorable a los sofistas por tanto, que supieron disponer el recurso retórico en función de la experiencia que se vive con la palabra, y no, como intentan infatigablemente corregir Sócrates y Platón, en la verdad asumida como rectora del conocimiento

Cuartas R., J. M. (2006). Germán Vargas Guillén – Luz Gloria Cárdenas Mejía. Praxis Filosófica, (23), 159–161. https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i23.3129